martes, 15 de enero de 2013

NO MATARÁS AL VECINO...

     Una de las cosas que más miedo me da, si no la que más, de cambiarme de casa, son los vecinos. He tenido vecinos majísimos, encantadores, y vecinos para salir corriendo o, directamente, sacar la recortada de debajo de la cama...
      Y no... no es divertido y gracioso como en la peli, una de mis favoritas y requetevistas, por cierto...  
     Cuando compartía piso en Madrid, algunos de mis propios compañeros ya eran para echarse a temblar. W y la amargada de su hermana (de cuyo nombre no quiero acordarme), nos robaban hasta los rollos de papel higiénico. Después tuvimos a un vecino que daba porrazos en el suelo y gritaba juramentos por el patio porque taconeábamos de la habitación hasta el pasillo los viernes a las seis de la tarde durante unos veinte segundo aproximadamente. 
     Ya viviendo en pareja, en unos trasteritos reformados a los que llamábamos "áticos"..., nos tocó soportar gritos, peleas y porrazos en las puertas, de un porretilla y su novia, cuyas citaciones judiciales y reclamos de facturas impagadas, siguieron llegando a nuestro descansillo muchos meses después de que se marcharan. En su lugar vino una pareja bakaluti la mar de maja, trabajadores, madrugadores y cero problemáticos, a  pesar de que el bloque entero les hacía el vacío, como a nosotros, por no considerarlos de su mismo y elevado estatus social...
    Unos años después, en Missouri, tuve unos vecinos brasileños adorables, gracias a ella encontré un curso gratuito de inglés por las tardes, pude hacer la compra cuando la nieve me impedía ir caminando y conseguí poner la lavadora con las dichosas monedas de cuarto de dollar. Gracias a él, que nos consiguió la tele vieja de otros vecinos que se mudaban, pude aprender muchísimo inglés con Bob esponja y me enganché a jugar al squash. Además me presentaron a mi amiga L, que fue de las mejores cosas que me traje de aquel lado del charco. 
     Y al volver aquí, nos topamos con el peor vecindario ever and ever... precisamente en el lado francés... que se suponía que era más tranquilo... JO-JO-JO... menudo estreno con el país vecino. Estuvimos más de un año atrapados en un sándwich de megadecibelios, portazos, carreras por las escaleras y mala, malísima, educación. Lo pasamos realmente mal, con la televisión de arriba a todo trapo hasta las tantas de la madrugada y las fiestacas del niñato de abajo un finde sí y otro también. Después de tres avisos a la policía y a pesar del apoyo del propietario para ir a juicio, decidimos que no era nuestra lucha y nos marchamos a una casa más tranquila, la de ahora, aunque también más pequeña, más oscura... más... tetris... 
     Mis primeros vecinos alemanes eran al mismo tiempo nuestros propietarios, que nos alquilaban la parte de abajo de su casa, y desde donde escuchábamos su jacuzzi un par de veces por semana, justo encima de nuestro sofá cama de hormigón armado de la postguerra... porque de verdad que aquéllo no era normal, no sé cómo pudimos dormir ahí más de tres meses y lavar la ropa a mano en la bañera semana tras semana... La verdad es que los abueletes eran majos, pero cada vez que la señora me cogía por banda, me contaba, una por una, todas las pastillas que tomaba y los males que tenía... menos mal que no me enteraba ni de la misa la media... 
     Mis segundos y últimos vecinos teutones, los de este verano, y también propietarios de la casa, creo que han sido los vecinos más freakis que he tenido en toda mi vida... No es que fueran malos vecinos, simplemente diré que el sobrino DJ de la propietaria, hijo semiadoptivo de su hermano gay, que él llamaba hijo pero al que el hijo llamaba tío, y que vivía en el semisótano, donde tenía un estudio de grabación, no limpió ni retiró los envases ni las colillas en los casi tres meses que yo estuve allí... Nunca le vi hacer cosas normales, como llegar con las bolsas de la compra, hacer una barbacoa con los amigos o sentarse en el jardín a tomar una cerveza. Pero bueno... eso quizá sea normal para mí... no para él... Amén del problema que tuvimos con la dichosa basura y de las veces que tuvimos que bajar a decirle que quitara la música... 
     En definitiva, lo que a mí me gustaría (como creo que a muchísima gente) es no tener vecinos, y si alguna vez puedo comprarme una casa que sea verdaderamente de mi elección, procuraré que no haya un alma en, al menos, un kilómetro a la redonda... jajajajaa.... exagero un poco... pero como me dijo el otro día el chico de la agencia inmobiliaria en plan guasa... "es comprensible que de vez en cuando se dé un caso de ésos en que alguien se vuelve loco y mata a sus vecinos...."
     Por eso, a mis actuales vecinos, les llevé estas pastitas navideñas de pistola antes de marcharme de vacaciones (¡¡¡qué bien me quedaron!!! jejeje...)
     Porque lo cierto es que son unos vecinos modélicos, lo que más vamos a extrañar, con diferencia, cuando nos vayamos de aquí (si es que conseguimos irnos, claro...). 
¡¡¡FELIZ MARTES!!!

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